jueves, 24 de septiembre de 2015

Salaverry: Algo de su historia

Salaverry: Algo de su historia


Por el puerto de Salaverry han bregado, desde el año de 1822, algunos próceres de la independencia y muchos ilustres personajes de Trujillo. Su nombre hace referencia al General Felipe Santiago Salaverry, quien tenía intranquilo al gobierno de Gamarra. Se ha calificado el carácter de este revolucionario, como inquieto, fogoso y de valor indomable. Lo cierto es que el 19 de noviembre de 1833 se libra una batalla en las faldas de los cerros que dominaban la bahía; entre las fuerzas revolucionarias de Salaverry y las del coronel Vidal, estas últimas obedecían al gobierno del Mariscal Gamarra.
Salaverry fue fusilado en Arequipa por Santa Cruz; pero su nombre quedó perpetuado para la eternidad, como el primer puerto del departamento Liberteño.


Don José Álvarez Arenales fue el visionario que escogió la ensenada del cerro Carretas, como el nuevo puerto que reemplazaría a Huanchaco. Los criterios  geográficos y económicos que consideró Don José tuvieron una perspectiva futurista logrando que el Almirante Miguel Grau Seminario llevara entre sus propuestas, la de viabilizar el progreso de este nuevo puerto. Sin duda, uno de los lugares más vastos, estratégicos y seguros para forjar su establecimiento .Es así que el 9 de marzo de 1870 se crea el puerto de Salaverry. A partir de entonces,  Salaverry distrito empezará  a forjar su desarrollo y crecimiento.
El despertar de vida se erige con las pequeñas casas de totora y carrizo de los primeros pobladores. Las construcciones eran bastante rústicas. Allí se mezclaba gente de todos los colores, abundando inmigrantes  chilenos procedentes de los campamentos clausurados de La Oroya. Sus calles reciben el pendular ir y venir del tiempo. Salaverry de a pocos se va convirtiendo en un lugar apropiado para erigir con mejores criterios,  las casas de madera y quincha.
 “Teníamos nuestra casita de madera y el techo de barro con quincha. Yo echaba kerosene, para que el piso no se apolille. Antes nos alumbrábamos con lámparas. Yo molía mis condimentos y ajíes en el batán. No teníamos desagüe, en lugar de eso había un pozo ciego. Mucho recuerdo cuando nos íbamos a la playa con  mi esposo y  mis 15 hijos” comenta orgullosa doña María Isabel Cabanillas. Tiene 79 años y toda su existencia le pertenece a Salaverry. Su esposo fue pescador y estibador. Ella vendía pescado y  lavaba ropa para ganarse unos centavos. Alguna vez tuvo su fondita en el mercado de abastos. A pesar de la precariedad de las viviendas, la alimentación era de lo mejor. Desde un delicioso shambar (preparado con los chanchos, que también criaban)  hasta un nutritivo chicharrón de tonina con cancha y camote morado.
 Las calles eran tapizadas con madera, sus veredas estilaban costumbres del viejo oeste. Doña Isabel recuerda el viejo ferrocarril que transportaba los productos de importación y exportación venidos del muelle.
Han pasado tantos años por las calles de Salaverry, muchos de los pobladores de antaño, ya se han ido; pero de los pocos que permanecen, se puede extraer una madeja de tradiciones y hechos que al tejerlos en las conversaciones, aparecen cual manto de misticismo y leyenda, que se combina con el inconfundible olor a brisa marina. Son testimonios que van más allá de la propia dimensión histórica. Salaverry es ahora un puerto relativamente moderno, con sistemas de agua, alcantarillado y de electricidad. Las calles están asfaltadas y las casas tienen estructuras distintas a las de otrora.

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